Excursión a Macedonia: Del carnaval ortodoxo al islam místico

Hace varias semanas fuimos un grupo de internacionales (como se llama a los extranjeros que trabajan en Kosovo) de excursión al carnaval ortodoxo de Strumica, al sureste de Macedonia, cerca de las fronteras con Bulgaria y Grecia.

El carnaval no es conocido fuera de Macedonia, y temo que dentro tampoco es muy popular. Se trata de un desfile interminable de comparsas que al llegar al centro representan una actuación. Entre que el espíritu festivo no se contagiaba y el frío era terrible, a ratos tenía más de penitencia que de celebración.

A las nueve de la noche estábamos refugiados en una discoteca semivacía de grandes ventanales, con techno-tralla desproporcionadísimo, y enfrente cincuenta niños disfrazados de girasol, muertos de frío.

Participaron diferentes regiones de los balcanes y entre las banderas serbias apareció una delegación albanesa para nuestra sorpresa, y la de Joe, un chino-americano que trabaja en la ONU y que, vestido de tirolés, saltó al ruedo para hacerse una foto con ellos.

De todo, lo más interesante fue ver qué ocurre en esta remota región de Europa en la que, en otras circunstancias, nunca conoceríamos.

Al día siguiente visitamos varios monasterios ortodoxos. En el de Veljusa, construido en el S.XI en lo alto de una colina, su iglesia conserva frescos y mosaicos de la época.

La belleza de sus jardines y las vistas al valle de Strumica contrastan con la pobreza de los pueblos cercanos y los vertederos improvisados. Tradición ésta, la de lanzar basura donde pille, muy extendida en esta parte de los balcanes. Lo he visto en Kosovo, Albania, Macedonia -según me cuentan, también en Serbia-, y en Montenegro no lo recuerdo.

El motivo es extraño, más allá de que antes la basura orgánica se descomponía. Ahora las veredas están forradas de plástico y estropean el paisaje del visitante, tan necesitado, y del que vive, al que cuesta entender a menudo.

Macedonia estuvo dominada por el Imperio Otomano entre los siglos XIV y XIX, y antes de formar parte de Yugoslavia se la disputaron Serbia y Bulgaria. De la herencia turca quedan algunas comunidades religiosas minoritarias como los derviches, musulmanes sufí (la rama mística del Islam).

En el pueblo gitano de Banica, cerca de Strumica, encontramos una mezquita semiabandonada que ya no cumple funciones religiosas, sino de almacén y establo de una familia de derviches. Junto a la casa, en el tekke, lugar de reunión y oración de la hermandad, hay una decena de tumbas del patriarca sufí y su familia.

Al principio pensaba que sus dueños eran roma (gitanos), musulmanes (imperio otomano), que hablan en macedonio (lengua eslava). Pero la comunidad gitana de Strumica se autodenomina turca y así se inscriben en el censo, aunque en otras partes del país son considerados como roma renegados.

Y fuera de la casa: un gallinero, dos vacas, un pavo real y una cabra atada a un tractor junto a una bañera a modo de fuente.

Joe fue probablemente el primer chino que vieron en su vida los dueños de la casa. Andando por Banica éramos un grupo de seis, con la mirada de cuantos nos cruzamos en el cogote.

Ticiana García-Tapia, que vive y trabaja en Macedonia, estuvo en 2009 monitorizando elecciones en Banica. Ésta es su experiencia en este rincón de Europa, a dos horas de avión si hubiera vuelos directos, y que los viajeros que dan la vuelta al mundo nunca pisan:

En cuanto llegamos a Banica, nos dimos cuenta de que más que un dia de elecciones, aquello era un día de mercado. Había montones de tenderetes por la “calle” principal (en realidad, era una calle sin asfaltar llena de agujeros). La gente había salido con sus mejores galas y había niños corriendo y riendo por todos los lados.

Llegamos en un coche oficial y, al vernos, todos los niños de alrededor vinieron cantando y nos acompañaron hasta el primer colegio electoral del pueblo. Al salir del coche vimos que había salido mucha gente a curiosear. Nos rodearon y nos preguntaron que quiénes éramos, si traiamos juguetes y a quién íbamos a votar. Al cabo de un rato, salió la presidenta del consejo electoral. Nos dijo, muy seria, que si queríamos votar, ella se encargaba.

Al explicarles que éramos monitores y que nos gustaría entrar a ver cómo iba el proceso, se abrió el grupo de gente y nos dejaron pasar. Dentro vimos una gran variedad de irregularidades que se hacían con mucha alegría y la completa complicidad del consejo electoral.

En el pueblo había muy buen ambiente, y a la gente se la veía feliz. Nada de las tensiones que había en el resto del país. En Banica se respiraba paz.

Un señor mayor de lo más elegante, que estaba sentado al lado nuestro nos preguntó si habíamos ido porque pensábamos que los turcos no sabían lo que era la democracia. Y he allí el tema curioso de esta comunidad. Aunque mucha gente (internacionales, roma, macedonios y albaneses) les consideren roma, ellos mantienen que son turcos de pura cepa. Hablan turco en casa y muchos de ellos son musulmanes.

Después de explicarle que en realidad estábamos cubriendo todo el país, y no solo Banica, me sonrió y dijo que a pesar de ser pobres y estar aislados, los turcos de Banica seguían con la ilusión de ver cambios políticos y mejoras en sus vidas. Seguimos charlando sobre Ataturk, el Mundial de fútbol y los últimos escándalos de la clase política del país. Al despedirse, nos invitó a volver a Banica todas las veces que quisiéramos y probar un té turco de verdad en su casa… ¡¡Buyrum, buyrum!!!

Al límite

Para las fiestas de Navidad volví a Barcelona poco más de un mes. Una noche estaba en casa de mis padres, tumbado en el sofá, agotado por las obligaciones sociales cuando uno vive fuera y quiere, y debe, pasar tiempo con familiares y amigos. Eran las ocho y empezaban los informativos, en La Sexta creo. Que si los desahucios, los jueces, el PP, Rubalcaba, el indulto, los hospitales, bla bla… La India, Afganistán, Siria, ahora Mali, Argelia… Y sugerí a mis padres que no íbamos a tragarnos dos horas de informativos, por salud mental.

Entonces se me plantea un dilema. No es una reflexión nueva pero esta semana quizá haya llegado al límite. Me pregunto si somos conscientes del nivel de toxicidad de nuestra vida y cómo afecta a nuestro día a día la espiral de violencia, indignación, mentira e impotencia que nos rodea. El tiempo que ocupamos cada día en radio, televisión o medios sociales en algo que nos preocupa, enfada y estresa debe tener consecuencias en nuestro estado de ánimo y nuestra salud.

No hay que señalar a los culpables si aceptamos que tenemos lo que merecemos. Pero para los que intentamos llevar una vida honrada compartiendo alegrías, como si solo esto fuera fácil, es terriblemente injusto formar parte de esta sociedad destructiva. Siempre ha sido así, pero la intensidad actual es tal, que nunca nos habíamos visto tan indefensos.

¿Tengo que hacer mío el problema de la sanidad e irme a la cama de mal humor mientras la televisión pública nos bombardea con un anuncio para que las empresas de reciclaje ganen más dinero? ¿O me leo el libro de la primera conquista de un ochomil?

El barbero #diariodepristina

Inauguro la etiqueta #diariodepristina para explicar algunas de las cosas que pasan, como ya escribí en otro post, al otro lado de Shengen. Intuyo que serán crónicas divertidas, así que lo pasaremos bien, que es de lo que se trata.

El otro día fui al gimnasio pronto. He dejado de fumar y me conviene hacer ejercicio para olvidar el mono y sentirme sano. El gimnasio cuesta 30 euros al mes. Es caro para tratarse de Kosovo, por lo que podría considerarse un lujo. No hay mucha gente, está limpio, las máquinas son relativamente buenas, un poco old-school pero le da carácter. Eso y un canal de hip-hop y R&B que parece que estés entrenando en Los Ángeles en lugar de los balcanes.

Cuando me apunté al gym y enseñé el DNI al encargado me dijo: “Ah, España, Barcelona… Me gusta la gente de Barcelona pero soy del Real Madrid”. El tema del fútbol es una constante, sobre todo con la policía, lo explicaré en otro post.

Ese día en el gimnasio éramos cinco, y en la puerta suele haber un anciano que, intuyo, es uno de los dueños. Pues fue uno a uno, a su velocidad de anciano, ofreciéndonos caramelos mientras hacíamos ejercicio. Creo que es el abuelo del que me atendió en la puerta. Esa familia promete.

Luego fui a la verdulería, donde venden “huevos del pueblo”, los que nosotros llamamos de corral. Y de camino al apartamento pasé por la puerta del barbero. Es un sitio que me tiene enamorado, es pequeñísimo y el señor que atiende estaba sentado mirando por la ventana. Natyra me dijo que no fuera, que era arriesgado, pero no pude evitarlo y entré.

Debe ocupar dos metros cuadrados y no hay espacio para dos sillas, de hecho cuando yo entré sacó una a la calle. El barbero es un viejillo que debe rondar los setenta años, con gafas de culo de botella y -no me había fijado antes- también un sonotone.

Coge la bolsa con las verduras y los huevos y los cuelga en la pared, me siento, agarra las tijeras, me mira y le digo: po (sí en albanés). Y entonces me dice: – ¿Estambul? – No, Barcelona. – ¿Bolonia? – No, Barcelona. – Aah, Messi.

Como estoy aprendiendo albanés le digo que me llamo Ginés: Unë quhem Ginés. Y su contestación me confundió bastante porque no entendí si se llamaba Ismail, Islam o Muhammad. Al peine le faltaban cerdas y el agua lo sacaba de una tetera.

El corte fue estupendo, solo hubo una diferencia de 1 centimetro entre una patilla y otra, y temí cuando aplicó la navaja al ver cómo temblaba su pulso, pero es un riesgo asumible, y por tres euros el resultado global fue excelente.

Es un señor con oficio, elegante, humilde, entrañable, en, quizás, la barbería más pequeña del mundo. Volveré pronto.

#nowplaying:

Adiós Antonio

El pasado 29 de agosto falleció en el Hospital de la Esperanza de Barcelona mi abuelo Antonio, a los 93 años. Dos meses más tarde que mi abuelo Ginés.

Ha sido un verano de hospitales, gestiones con el seguro y velatorios. Despedidas emocionantes, que no trágicas, de vidas completas, ambos.

Murcia y sus pueblos from Ginés Alarcón on Vimeo.

Antonio Soto Pérez, también murciano, nació en La Unión en 1919, y luego emigró a Barcelona, donde conoció a Abilia, natural de Cabezuela, Segovia. Nacieron mi tío Aurelio y mi madre, y mi abuela murió antes de que ellos cumplieran los diez años. Vivían en la Trinidad y fueron años duros.

Desde entonces, Antonio vivió su vida. Estos días estaba releyendo el Quijote y me ha hecho gracia recordarle viviendo su propia novela. Porque él tenía su mundo, castizo y romántico, de letras y cante minero. Recuerdo un viaje en coche a Segovia hace muchos años, en el que paramos en Burgos. Antonio, ¿cómo va?, le preguntamos en el coche. “Venía yo saboreando el nombre de los pueblos…”, contestó. Ésa era su prosa y su vida.

Hizo teatro, radio, y hasta toreó en La Monumental. Su pasión era el Festival del Cante de las Minas y contaba que, días antes de que Miguel Poveda ganara su lámpara minera, fue testigo de cómo preparaban la actuación con su amigo Pencho Cros.

Fundó la Tertulia de Cante Minero con su nombre, y este mismo verano recibió el premio Carburo Minero de manos del Alcalde La Unión. Su salud ya no daba más de sí, se lo advirtieron, pero él quería estar allí, era el reconocimiento a la dedicación de su vida.

Carburo Minero

Culto, bon vivant, con poca querencia por el trabajo, corrió la cursa del Corte Inglés hasta los 86 años. Pedía anís Machaquito de postre y en las últimas reuniones de navidad le daba por hablar con rima en forma de trovos. Citaba a Delibes, Arquímedes, Antonio Ordoñez, y a su amigo Pacomio Arroyo Rasero.

Al salir de la UCI, probablemente lo había soñado, dijo que había desayunado un bocadillo de jamón magro, un vaso de vino tinto y café con hielo. Luego pidió una lata de anchoas del Mercadona, y agua de Lanjarón, su favorita.

Dice mi madre que era muy optimista. No le afectaban los problemas y siempre veía la parte positiva: “Cuando veo el cielo azul le doy gracias a Dios por tener un día más”. Y día a día, que fueron muchos, cerró su novela.

Estandarte de La Unión,
me dejaste una minera,
estandarte de La Unión;
entregártela quisiera
y se ha secao tu corazón, ay,
como una mina cualquiera.

Miguel Poveda – A Pencho Cros

Fin de semana en Albania

La primera opción para disfrutar la playa este verano era el sur de Turquía, pero llegar hasta allí no es barato. Así que con Natyra nos planteamos la Grecia continental, cuyos hoteles pasan de los 400 a los 1400 por una semana, sin término medio. Acabas en un cuchitril o en un resort en condiciones pero carísimo.

Confiando en que más adelante podamos viajar a Europa, con las limitaciones que su pasaporte kosovar conlleva, convenimos que este año no hay playa y que vendrán tiempos mejores.

El otro día una amiga nos comentó que en Lezhe, al norte de Albania, un cocinero había abierto un hotel restaurante que ofrecía un menú degustación espectacular, volvía de Nápoles para apoyar su tierra, hacía su propio queso, bla bla… Total, como nos gusta comer, y yo nunca he estado en Albania, pues para allá que nos vamos.

Me habían avisado de que Albania estuvo aislado muchos años y en algunas zonas es bastante salvaje, en palabras de los propios kosovares, por lo que me espero lo peor.

A los cinco minutos de cruzar la frontera veo un bulto en la autopista. Me fijo bien y es un anciano reptando por debajo de la mediana. Empezamos bien. Al rato hay un chaval fumando un pitillo en el arcén, tres vacas y dos señores charlando. La autopista, además, te obliga a cambiar al sentido contrario sin señalizar. Ves que el carril se acaba y han cortado la mediana, así que te cruzas. Ni luces, ni conos, ni flechas.

Casi cuatro horas después de salir de Pristina llegamos al hotel. Parece un restaurante de carretera, les da igual el pasaporte y nos llevan a la habitación. Cuesta 25 euros la noche. La pintura es un conjunto de manchas, el lavabo no funciona, el colchón es incómodo y la luz se va cada dos por tres. Nos acordamos de nuestra amiga y nos vamos a la playa confiando en que la cena valdrá la pena.

La playa es un vertedero, no hay un palmo en el que sentarse sin basura. Hay tres coches aparcados en la arena, y como ha llovido, charcos de color y olor indescriptible. Nos damos media vuelta y en el párking del hotel hacemos tiempo dentro del coche, riendo, claro, no queda otra.

Llega la hora de la cena. Nos sirven siete platos: pulpo, pescado, gambas, tres raviolis y queso. No es que fuera un desastre, y entiendo que si vives en Kosovo te parezca extraordinario porque no abunda el pescado, pero un menú de bar español ofrece lo mismo por menos.

Nos vamos a la cama con la idea de largarnos lo antes posible más al sur, a Durres, que vendría a ser el Benidorm de Albania. Y si la autopista ya nos dejó claro el sinsentido cívico albanés, la carretera que pasa por Tirana es el descontrol más absoluto.

Imaginad una carretera comarcal, con baches, cruces a nivel, tractores, burros, motocarros y camiones. Pero lo peor son los adelantamientos. No esperan a que haya vía libre, sino que adelantan sin más, por el medio, obligandote a acercarte a tu derecha para no comerte el coche que viene, mientras vigilas al peatón, animal o máquina que esté circulando por el arcén en ese momento.

Durres es un atentado al buen gusto con edificios horribles en primera línea de mar, a cuál más feo. Si Montenegro ya me pareció disperso y poco afortunado, la costa albanesa es un atentado a la belleza del adriático. Por suerte, este segundo hotel, Vila Belvedere, es un oasis visto el panorama. Aunque el lavabo sigue sin funcionar y estropean las gambas, con lo fácil que es hacerlas al ajillo.

Albania es el país más loco en el que he estado, superando a Rusia y Cuba. Pero volveré. En el norte hay regiones donde no llega ni la policía pero dicen que al sur, donde apenas hay albaneses para destrozar el paisaje, hay playas bonitas.

Cuando vuelves a Kosovo tienes la sensación de entrar en Europa, que ya es decir. Nosotros hemos disfrutado la experiencia como tal, pero deprime ver cómo se han cargado un país.

Si queréis saber más sobre Albania, Fernando tiene varios posts en su blog sobre los balcanes:

En el país de las águilas 1
En el país de las águilas 2
El código de Lekë Dukagjini

En la wikipedia.

Y aquí un texto en inglés sobre Skanderberg, el héroe de Albania que luchó con los otomanos antes de volverse contra ellos, que no tiene desperdicio:

Baddass of the week: Skanderberg

Breve reflexión sobre la manifestación independentista

Detesto el nacionalismo porque da más importancia a una idea de país que a las personas que lo habitan. En política se deberían sustituir los sentimientos por la ética.

No he escuchado ningún motivo que nos haga pensar en un sistema más justo siendo Catalunya independiente. Porque creer que tener más riqueza va a cambiar algo es otra prueba de nuestra inutilidad.

Ahora bien, si la gente va a ser más feliz, adelante con ello. Tampoco me planto en la puerta de las iglesias a interpelar a los creyentes. Pero ojalá la próxima vez que más de un millón de personas salgan a la calle, sea para hacer nuestra vida mejor en algo más práctico y concreto.

Shaqir Hoti: “El folk debe adaptarse a su tiempo”

Shaqir Hoti vive en un barrio alejado del centro de Pristina, en lo alto de una colina. Para llegar a su casa hay que subir una cuesta tan pronunciada que tuvimos que esperar unos días para no encallar en la nieve.

Cuando llegamos, Emine Vala, amiga que ejerce de traductora, y Eni Nurkollari, fotógrafo, nos invitaron al salón y nos sirvieron té, al estilo turco, como es habitual en Kosovo, con azúcar y limón. En la habitación, que conecta con la cocina, hay varias mujeres cocinando, el nieto que corretea por la sala y un hijo que entra y sale.

Supe de él cuando se organizó el festival de flauta de Pristina. Me hablaron de su taller, donde fabrica sus propios instrumentos, y de su trayectoria al frente de la música popular kosovar.

En mis estancias en Kosovo he echado de menos el folklore. Salvo por los gitanos con sus tambores, la música de influencia turca, y el tallava, que sería a la música balcánica lo mismo que el reggaeton a la salsa, apenas he escuchado sonidos autóctonos. Temo que Shaqir sea el último superviviente, y que Kosovo, más preocupado por su futuro, se olvide de su raíz musical.

Con el té en la mesa enciendo la grabadora del iPhone. Shaqir explica que en el folk albanés uno de los instrumentos más antiguos es una flauta hecha con materiales de la naturaleza que los padres daban a los niños para que tocaran mientras cuidaban a las ovejas.

Su primer contacto con la música fue en las montañas de Rugova, de niño, cuando tocando con un amigo, uno marcaba la línea de bajo y el otro la melodía principal. En 1954 fue a estudiar secundaria a Prizren, pues era la única escuela musical de Kosovo. Pero como no hablaba serbio, volvió a las montañas y aprendió el idioma con un diccionario. De vuelta en Prizren acabó el curso y completó los estudios superiores en música. En 1967 empezó a trabajar en la Orquesta de Radio y Televisión de Pristina como flautista y acabó siendo el director y productor.

En paralelo fundó la orquesta Azem Bejta, pieza clave en el desarrollo de la música popular kosovar, que llegó a emplear a 40 personas.

¿Qué dificultades había para difundir la música popular albanesa durante el régimen yugoslavo?
Musicalmente ninguna, pero sí con las letras. Cualquier palabra que tuviera una connotación nacionalista censuraba la canción. Era una cuestión ideológica. En los conciertos necesitabas que el repertorio fuera aprobado por tres organismos: la comunidad cultural local, el comité estatal y el Ministerio del Interior. Una vez tenías los sellos no se podía cambiar una palabra, y si el público pedía un bis no podía tocar una canción nueva sino repetir alguna de las anteriores.

¿Cuáles son las referencias musicales del folk albanés?
La primera muestra de música popular es el burimore, que podría traducirse como fuentes naturales, como el sonido del agua. Era una música muy simple y anónima, que expresó durante siglos nuestra forma de vivir. Los instrumentos eran muy sencillos. Yo no ví un piano hasta los 15 años. Y muchos de aquellos instrumentos se estaban perdiendo, como el lahuta (flauta travesera de madera). Antes, cada pueblo tenía un intérprete, pero ahora solo queda alguno en la ciudad de Shkodra. Sentí que era mi deber salvarlos.

¿Cómo?
Me he centrado en tres aspectos: volver a fabricar esos intrumentos, interpretar música con ellos, y componer música para otros instrumentos con las melodías del burimore.

En algunas regiones de occidente la música popular ha resurgido en la última decada, reivindicada por los jóvenes como signo de identidad. ¿Ha percibido lo mismo en Kosovo?
Justo después de la guerra, en el año 2000, hubo cierta demanda, pero no demasiada. El tallava ha sido lo que ha tenido más éxito, aunque este último año estoy notando interés de nuevo.

¿Qué hace para mantenerlo?
Intento tocar donde sea, nunca ignoro una propuesta y colaboro con artistas de pop o rock. El folk tiene una máxima y es que es música que se adapta a su tiempo, así que tenemos que adaptarnos a la época en la que vivimos. Para ser honesto, hasta el año pasado era muy escéptico sobre la supervivencia de la música popular pero vuelvo a ser optimista.

En el salón hay una mesa con un ordenador, tarjeta de sonido y altavoces. Shaqir abre un secuenciador y nos enseña sus últimas mezclas. Está grabando todas las canciones que recuerda, creando su propia base de datos digital. Luego nos lleva a su taller, es un viaje en el tiempo. Allí crea instrumentos con el hula hop de su nieta, con una tubería o con un rotulador. Veo una quijada de cabra sobre la mesa y una escopeta con agujeros que se toca como una flauta, dice que es un arma humanista.

Nos despiden con un buñuelo recién hecho, y le prometo que a mi vuelta le llevaré un disco de folklore español. Bajando por la cuesta, Emine me dice que vuelve con sentimientos encontrados. Siente lástima por su taller sin calefacción pero sale cargada de ilusión. Yo pienso en cómo habría cambiado su vida si Hoti hubiera nacido en San Francisco o Nueva York, pero dudo que hubiese sido más feliz.

Fotos: Eni Nurkollari

Adios yayo

Hace tres madrugadas que falleció mi abuelo en el Casal de Curació de Vilassar. Llevaba años, meses y semanas en los que su salud empeoraba, lentamente al principio, y muy rápido en los últimos días, por lo que ha sido un alivio, por su propio sufrimiento y el de todos.

Mi abuelo Ginés nació en La Unión, Murcia, hace 85 años y pronto emigró a Barcelona. Sé que de chiquillo, durante la Guerra Civil, mientras caían bombas, recogía colillas por la calle para que su padre las fumara. Sé que se sacaba unas perras jugando al billar y que en las salas de baile no le costaba recibir el permiso de las madres para bailar con sus hijas.

Hizo la mili en la marina y no sabía nadar. Se casó con mi abuela, fue padre, y ante la escasez se marchó a trabajar a Suiza. Él y sus colegas leyeron mal un anuncio en el periódico y se plantaron en Zurich esperando la panacea en el trabajo cuando solo había un puesto. Por unanimidad decidieron que se quedara mi abuelo, al ser el único que debía mantener a una familia.

Nunca dejó de trabajar, de paleta o de lampista. Vivó en la Trinidad y en las casas baratas de Horta. Se construyó una casa en Alella y cambió Barcelona por el Maresme: Masnou, Vilassar y Mataró. Fue un catalán que nació en Murcia.

Su gran afición era construir maquetas de barcos que luego regalaba para devolver favores y simpatías. También pintaba y dibujaba. Tenía un taller en el que pasaba horas con la madera. Cuando de pequeño me preguntaban qué quería ser de mayor, yo decía carpintero, como el yayo.

Para mí fue mi abuelo, con todo el valor que pueda tener. Me llevó al Camp Nou por primera vez, el barça ganó al Betis por 4-2. Enmarcó mil pesetas de mi primer sueldo y me enseñó a conducir en el párking de un Pryca. Jugábamos a tenis y me llevaba a las obras donde trabajaba. Recuerdo los paseos con los perros por el pinar de Alella, mientras cantaba tangos de Carlos Gardel, y sentarnos a la sombra, él con su Lucky Strike sin filtro y una cerveza fría.

También recuerdo el último tango que bailó con mi abuela, hace muchos años, antes de que se le estropeara la rodilla. La quería mucho.

Tenía un gran sentido del humor, quiero creer que lo heredé. Era amigo de todos, hablaba con todo el mundo, y le apreciaban mucho. En sus últimos días en el Casal de Curació no podía moverse pero cuando tenía una mano cerca la cogía y le daba un beso. Sus últimas palabras fueron para su madre.

La mayor alegría, la que ha dado sentido a su vida, es cuánto nos ha dado y cuánto le hemos querido. Yo no puedo estar más orgulloso de ser su nieto y llevar su sangre. Siempre estará con nosotros.

Volver a Carcelona, con Marc Caellas

Marc estaba ayer en Bogotá, donde ha dirigido Las Listas en el Festival Iberoamericano de Teatro, pero luego volaba a Caracas. Es difícil seguirle la pista, así que aprovechando su última visita a Barcelona, quedamos para charlar sobre Carcelona (Melusina, 2011). El blog que luego se convirtió en libro. Un ensayo que despeja dudas, lúcido y divertido, entre los que creemos que algo va mal en la mejor ciudad del mundo. Esta semana estará disponible en formato digital en Sigueleyendo.es

Vuelves a Barcelona, pero solo dos semanas…
Como no estuve cuando se presentó Carcelona, y mi hermana está embarazada, me apetecía venir. Pero a los cinco días ya me estaba arrepintiendo porque podría estar en una playa tocándome los huevos.

Carcelona ha tenido buena acogida…
La verdad es que sí, ha habido buenas reseñas, excepto en la prensa generalista, porque es precisamente lo que uno critíca.

Pàmies…
Pàmies me daba un colleja.

Él decía que a tí mismo se te podrían aplicar algunas de las cosas que criticas.
Claro, que yo me podría exigir más. Pero venía a decir que el libro le gustaba hasta que criticaba a los de su gremio. Me pareció un poco gratuito, pero hablándolo con amigos, después de leer el artículo, tenían ganas de leer el libro o sea que…

La idea del libro parte de tu blog Carcelona, ¿cómo empezó?
Después de casi seis años en Caracas, a los cuatro días de volver a Barcelona empecé el blog. El nombre me lo inspiró mi hermana Mónica. Ya se había utilizado por colectivos anarquistas, pero ella me lo recordó: “Esto es Carcelona”. Y el primer post fue a raíz de un viernes que fui a jugar a fútbol sala con mis antiguos colegas. Entonces me acordé de mi infancia marista. Y a ellos los quiero mucho pero se han convertido en muchas de las cosas que…

Se han convertido en ciudadanos.
Son muy convergents. Hicimos un referéndum en el vestuario y de ocho, cinco votaban a Convergència. Y lo decían tranquilamente, lo cual me parecía sorprendente en gente de 35 años. Porque en mi entorno nadie más tenía ese perfil.

Y luego encontraste un hilo para ir explicando cosas.
El estilo de foto, texto y fragmento literario, mezclando autobiografía y ciudad, lo empecé en Bogotá, con el blog Inquietudes. Luego lo apliqué a Barcelona, con el matiz de que quiero a mi ciudad, pero vista casi como un extranjero.

Además venías casi del Caribe, de la locura latina.
Caracas es Caribe, aunque no esté físicamente, culturalmente es Caribe. Venezuela debería estar en los mapas junto a la República Dominicana. Tiene más en común con las islas que con Sudamérica. Quizá la parte andina de Mérida, pero en general, el país en sí, con lo bueno, esa inmediatez caribeña, el hedonismo, y con lo malo, el caos y el desorden, es Caribe.

¿Esa parte negativa del caos no la echas de menos en Barcelona?
Por supuesto. Me irrita el orden extremo de aquí. La voluntad de querer controlarlo todo. En el libro hay una cita de Josep Pla que dice que no se puede higienizar todo. Lo importante es que las cosas fluyan. Si se estancan las aguas, se pudren.

¿Ésa es la idea de fondo? ¿El exceso de control?
Es una mezcla de excesos, también de buenísmo, estilo socialista, esa idea en plan ONG de que todos podemos hacer algo y limpiar nuestra culpa. Si reciclas ya eres un buen ciudadano y no tienes que pensar que quizás el tema no es reciclar sino por qué cada semana hay que comprar un envase o un teléfono nuevo. Nadie se para a pensar que en lugar de reciclar la botella de Coca-cola, lo mejor sería ir cada día con la misma para que nos la volvieran a llenar. O la gente que pide un carril bici como si eso les fuera a solucionar la vida y sigue teniendo coche. Es esta idea de quedarse siempre a medias, de quedarse tranquilos: Somos civilizados. Esa patraña del seny, de ser assenyats, que se dice aquí.

Tú eres crítico con muchas cosas, pero la mayoría de la gente valora que la ciudad esté más limpia, que las carreteras estén en buen estado, que el transporte público funcione… No tienen nada de qué quejarse mientras nosotros nos indignamos. ¿Tiene sentido?
Para mis amigos de Caracas o de Bogotá les parece como una pose, porque la ciudad es como dices tú, pero cuando uno se para a pensar en que el metro sea tan perfecto, te preguntas si en cada parada hace falta que haya cinco ascensores. Y ahora te das cuenta de que hay que recortar en sanidad para sostener eso. El otro día iba con mi padre por los Túnels de Vallvidrera y flipé. Parece una película futurista. ¿Hace falta ser tan perfectos? Me dijo que hay un Teletac que detecta cuánta gente hay en el coche. Si van tres pagas menos, y yo decía, ¿pero qué hay que hacer? ¿saludar? Es un invento tan sofisticado que la concesionaria seguirá cobrando para amortizarlo.

Es el progreso…
Es un falso progreso. Cada vez más gente no tiene trabajo, o duerme en los cajeros, que lo quieren tapar pero lo notas, y hay un mal rollo general que se percibe si vives aquí. A mí lo que me gusta de vivir fuera es que cuando vengo a Barcelona la disfruto más. Barcelona es fantástica para quince días. Siempre gana en las encuestas porque es la ciudad perfecta para ir de visita.

¿A qué crees que se debe este mal rollo de la calle?
Lo que hace feliz a la gente en realidad no es el buen estado de la carretera, sino tener una buenas relaciones personales, follar bien, poder tomarse unas copas con los amigos sin pensar que no llega para pagarlas, o el preguntar a alguien en la calle y que no te mire mal porque se piensa que le estás vendiendo algo. Son estos intangibles que aquí cada vez están peor.

La no felicidad general de la gente se contagia. Quizá en el Caribe, con esa locura tropical, hay más margen para perderse, pero aquí como ya lo tienes todo, has de llenar las horas, ser el buen ciudadano, el buen marido, y al final acabas…
Lo que te hace estar incómodo es que a cada hora del día hay una exigencia. Parece que estés programado para ser de una forma. Por la mañana ver al Cuní o quien toque, llegar al trabajo, saludar a todos, bajar a las once a tomar el café con tus compañeros de oficina con los que no tienes nada en común, y no hablar de nada porque todos están pendientes de si le van a quitar el puesto a uno o a otro. Luego irte a comer esos menús, que en su día eran buenos, pero ahora es como hacer comida mala a propósito, en plan yankee, comer para alimentarte.

Luego está el perfil catalán que, comparado con otras regiones de España o del extranjero, también es particular. En una entrevista para Rockdelux, David Rodríguez, de Beef, decía: “Cataluña me parece una paletada. Es una sociedad retrógrada y reaccionaria; España en general me lo parece, y el mundo cada vez más, pero Cataluña me da rabia porque es de donde soy. Se ha perdido el olor a fritanga y la vida en la calle; han sustituido la alegría de vivir por la alegría de ser de un sitio”.
Eso conecta con la farsa nacionalista. Que en Barcelona es doble, porque es Barcelona y es Catalunya. La idea de ciudad-marca. Barcelona debe ser de los pocos sitios de España donde no hay tapas. También es cierto que nos referimos a una parte y la tomamos como un todo, que sería Gràcia, Eixample, Raval. Luego cuando voy a casa de mi abuela en Nou Barris veo otras cosas.

Yo vivo en Gràcia, y queda algún bar, pero luego vas a la Barceloneta, al Leo, típico bar español de mierda, y haces fotos…
Claro, antes de que sea una reliquia. A ver, yo soy catalán, y no voy a dejar de serlo, ni por este libro ni por vivir mil años fuera, pero hay un modo de ser que aquí se confunde. Por ejemplo la perversión del nacionalismo. En España siempre ha habido bromas sobre el caracter de los catalanes o de los andaluces, que precisamente es su riqueza. Y antes se hacía con total naturalidad, se decía que somos tacaños y secos, y lo somos, igual somos más pragmáticos, o trabajadores, que también sería discutible. Pero ahora es una crítica política, de enfrentar.

Buena parte de esta culpa es de los propios políticos.
Y de los medios de comunicación. Te das cuenta de lo influenciables que somos, cómo gente tan inteligente no sale de ese círculo.

Luego están los medios de aquí, si no sales de TV3 o Catalunya Ràdio te encierras en el establishment.
En TV3 dedican mucho tiempo en los informativos a los políticos. Yo en otros países no he visto tanto minutaje dedicado a los políticos. Si sumas la información del Barça llenas medio telediario. Y es lo mismo por la mañana, por la tarde y por la noche. Lo sorprendente es que esto acabe afectando a las relaciones personales. Intentas salir un miércoles y te dicen que no, que mañana hay que trabajar. ¿A alguien le ha pasado algo por ir a trabajar durmiendo cuatro horas en lugar de siete? Si lo haces cada día, vale, pero parece la gran transgresión. Se ha perdido la espontaneidad. En Caracas sales a la presentación de un libro y acabas en un fiestón a las 4 de la mañana por las dinámicas que se crean. Aquí nos autocensuramos: “Vámonos a casa, que ya es tarde”, es como si la gente fuera con el freno de mano.

Pero si te dejas llevar por esa inercia te alejas de Europa y entras en el descontrol latino…
Caracas es el extremo opuesto, porque es una ciudad muy explosiva, pero hay soluciones intermedias, como Buenos Aires, o Sao Paulo, donde hay cierto equilibrio entre el pragmatismo europeo y la espontaneidad latinoamericana.

Copito de nieve es un referente de Carcelona…
La historia de Copito es un disparate desde el inicio, que lo capturen en la selva y luego lo sienten en una silla del Ayuntamiento. O cuando le obligaban follar para que se reprodujera. Juan Terranova hizo una reseña del libro y explicaba que, cuando fue a ver a Copito, lo encontró lanzando lechugas contra el cristal que le separaba del público.

Bueno, yo lo he visto lanzando su propia mierda.
Claro, es que de Copito hay imágenes sonriendo, pero después de tanto tiempo llegó un punto en el que debía estar hasta los cojones. Los gorilas (por algo venimos de ellos), tienen una capacidad de raciocinio que el tipo ya debió entender muchas de las cosas y estaba harto de follar, tener hijos y que le dieran yogures desnatados. Toda esa tontería…

Es un síntoma.
Que también lo hubo con la orca Ulises, las dos celebrities animales que hemos tenido aquí. La orca, por suerte, no cabía en la piscina, y la traspasaron a los Miami Dolphins.

¿Aquí se vive mal?
No, a mí cuando me preguntan de fuera digo que yo he intentado siempre pasarlo bien.

¿Hay algo que se pueda hacer más allá de criticar?
Lo jodido es que no sé qué se puede hacer.

Porque te dirán que criticar está muy bien, pero hay que aportar algo.
Lo que se puede hacer es que cada uno, con su actitud, cambie las cosas. Yo en el libro intento obligar a plantear cosas. En algunos casos recomiendo a gente a quien se le debería hacer más caso. Más allá de eso, sobre qué se puede hacer, se trata de educar el pensamiento crítico. Pero es algo que no toco en el libro porque se me escapa y hay que analizarlo bien. Es el tema de la educación pública, como el catalán, que yo soy catalanoparlante y me parece bien, pero eso tapa otras cosas. En los informes Pisa, que no sé qué credibilidad tienen, España sale mal parada y Catalunya peor.

¿Sabes que el quinto nombre de mujer más común en Catalunya es Josefa?
Cuando ves que en los referendums solo el 8% de los ciudadanos van a votar te preguntas a quién le importa realmente esto. El otro día Lucía Litjmaer me decía que Barcelona era como una de esas fiestas en las que llevas muchas horas, vas al baño y cuando sales te das cuenta de que estás borracho y toda la gente interesante ya se ha ido. Pero la fiesta sigue y te quedas, y eres consciente por un momento de que es un coñazo, pero qué vas a hacer.

De todas las ciudades en las que has estado, ¿en cuál te has sentido más cómodo?
Es que yo tengo una incomodidad general, a mí me gusta moverme. Me sentí muy a gusto en Caracas, pero cuando empecé a sentirme a disgusto me fuí y no volvería a vivir allí. Bogotá tiene el problema de la altura. Casi todas las ciudades tienen sus cosas en realidad. No he encontrado la ciudad ideal.

Igual no la vas a encontrar nunca.
No, pero me iré moviendo mientras tanto. Mi lugar creo que ha de ser aislado, en una isla del Caribe o en el continente, pero al lado del mar, y compaginar eso con alguna ciudad cerca, seis meses en cada sitio.

Y quince días en Barcelona.
Exacto, para decir hola a mi mamá, que no le gusta viajar. Ése es mi plan, y ya tengo varios lugares localizados.

Carcelona (Melusina, 2011)
marccaellas.com
@mcaellas

Cosas que pasan al otro lado de Schengen

Shengen es un pueblo de Luxemburgo de 500 habitantes donde se firmó un acuerdo en 1985 para suprimir fronteras entre la mayoría de los estados europeos. No todos los estados miembros firmaron, como Reino Unido, pero otros que no forman parte de la UE sí lo hicieron, como Noruega. La ventaja para el ciudadano de a pie es poder moverse libremente entre países sin llevar el pasaporte ni solicitar visados.

Hace varios años, cuando visité a mi amigo Sergio en San Petersburgo, grabé una entrevista con un colega suyo, Raúl, profesor de español, que bien podría resumirse concluyendo que el mundo, más allá de Shengen, es otro. Desde que estoy en Kosovo empiezo a entender algunas cosas.

Hace unos minutos leía en Facebook a un amigo de Barcelona que se quejaba de que lleva un día sin gas en casa, y que parece que el problema tardará en arreglarse porque afecta a medio barrio. Un vecino comentaba que estaba con dos radiadores, helado de frío, que no pasaba de 9º, mientras otro le daba ánimos quejándose de vivir en un país de pandereta.

En Barcelona la temperatura ahora mismo es de 7º, en Pristina -8º. En mi zona el agua se corta cada día entre las 12 y las 16 h. aprox y desde las 23 hasta las 4 de la mañana porque la ciudad no tiene capacidad para depurar más rápido. No hay gas natural, y en casa es imprescindible tener velas y linternas para soportar los constantes apagones de luz. Solo el 15% de la ciudad dispone de calefacción central y tampoco es infalible.

El ruido de los generadores que usan los comercios es tan habitual como en verano el de las motosierras para cortar madera. Este invierno está haciendo tanto frío (hace dos semanas se llegó a 24º bajo cero) que la leña escasea. Cuando hay niebla, la ciudad se cubre de un manto de humo irrespirable.

El otro día salía en la tele un ancianito que había denunciado al ayuntamiento porque en su barrio, el Poble Nou, había baldosas “que bailan”. Y el señor se dedicaba a enganchar pegatinas de aviso en las aceras mientras sus vecinos le felicitaban.

En Kosovo es más seguro caminar por donde pasan los coches que por las aceras. Tengo un supermercado a escasos 50 metros de mi apartamento y no puedo levantar la vista del suelo. El motivo es una placa de hielo que seguirá allí, como mínimo, hasta la primavera. Cuando se juntan varios kosovares, la conversación suele empezar por el frío, se preguntan cómo lo llevan y qué sistema utilizan para calentarse.

Y esto es hoy. En 1999, un año después de la guerra, “cuando todo se apagó”, una amiga estuvo cuatro años sin ascensor. Vivía en el 12º piso.

Ojo, yo en Barcelona soy igual de idiota. Vivo en un 3º y cuando el ascensor no funciona maldigo mi suerte, pero no está de más, de vez en cuando, recordar aquello de los first world problems.

Aprovecho para recomendar el fantástico blog de un español en los balcanes, escrito por un cantabrón que vino a trabajar a Kosovo, donde explica estas y otras muchas cosas del día a día al otro lado de Shengen.