Al límite

Para las fiestas de Navidad volví a Barcelona poco más de un mes. Una noche estaba en casa de mis padres, tumbado en el sofá, agotado por las obligaciones sociales cuando uno vive fuera y quiere, y debe, pasar tiempo con familiares y amigos. Eran las ocho y empezaban los informativos, en La Sexta creo. Que si los desahucios, los jueces, el PP, Rubalcaba, el indulto, los hospitales, bla bla… La India, Afganistán, Siria, ahora Mali, Argelia… Y sugerí a mis padres que no íbamos a tragarnos dos horas de informativos, por salud mental.

Entonces se me plantea un dilema. No es una reflexión nueva pero esta semana quizá haya llegado al límite. Me pregunto si somos conscientes del nivel de toxicidad de nuestra vida y cómo afecta a nuestro día a día la espiral de violencia, indignación, mentira e impotencia que nos rodea. El tiempo que ocupamos cada día en radio, televisión o medios sociales en algo que nos preocupa, enfada y estresa debe tener consecuencias en nuestro estado de ánimo y nuestra salud.

No hay que señalar a los culpables si aceptamos que tenemos lo que merecemos. Pero para los que intentamos llevar una vida honrada compartiendo alegrías, como si solo esto fuera fácil, es terriblemente injusto formar parte de esta sociedad destructiva. Siempre ha sido así, pero la intensidad actual es tal, que nunca nos habíamos visto tan indefensos.

¿Tengo que hacer mío el problema de la sanidad e irme a la cama de mal humor mientras la televisión pública nos bombardea con un anuncio para que las empresas de reciclaje ganen más dinero? ¿O me leo el libro de la primera conquista de un ochomil?