Inauguro la etiqueta #diariodepristina para explicar algunas de las cosas que pasan, como ya escribí en otro post, al otro lado de Shengen. Intuyo que serán crónicas divertidas, así que lo pasaremos bien, que es de lo que se trata.
El otro día fui al gimnasio pronto. He dejado de fumar y me conviene hacer ejercicio para olvidar el mono y sentirme sano. El gimnasio cuesta 30 euros al mes. Es caro para tratarse de Kosovo, por lo que podría considerarse un lujo. No hay mucha gente, está limpio, las máquinas son relativamente buenas, un poco old-school pero le da carácter. Eso y un canal de hip-hop y R&B que parece que estés entrenando en Los Ángeles en lugar de los balcanes.
Cuando me apunté al gym y enseñé el DNI al encargado me dijo: “Ah, España, Barcelona… Me gusta la gente de Barcelona pero soy del Real Madrid”. El tema del fútbol es una constante, sobre todo con la policía, lo explicaré en otro post.
Ese día en el gimnasio éramos cinco, y en la puerta suele haber un anciano que, intuyo, es uno de los dueños. Pues fue uno a uno, a su velocidad de anciano, ofreciéndonos caramelos mientras hacíamos ejercicio. Creo que es el abuelo del que me atendió en la puerta. Esa familia promete.
Luego fui a la verdulería, donde venden “huevos del pueblo”, los que nosotros llamamos de corral. Y de camino al apartamento pasé por la puerta del barbero. Es un sitio que me tiene enamorado, es pequeñísimo y el señor que atiende estaba sentado mirando por la ventana. Natyra me dijo que no fuera, que era arriesgado, pero no pude evitarlo y entré.
Debe ocupar dos metros cuadrados y no hay espacio para dos sillas, de hecho cuando yo entré sacó una a la calle. El barbero es un viejillo que debe rondar los setenta años, con gafas de culo de botella y -no me había fijado antes- también un sonotone.
Coge la bolsa con las verduras y los huevos y los cuelga en la pared, me siento, agarra las tijeras, me mira y le digo: po (sí en albanés). Y entonces me dice: – ¿Estambul? – No, Barcelona. – ¿Bolonia? – No, Barcelona. – Aah, Messi.
Como estoy aprendiendo albanés le digo que me llamo Ginés: Unë quhem Ginés. Y su contestación me confundió bastante porque no entendí si se llamaba Ismail, Islam o Muhammad. Al peine le faltaban cerdas y el agua lo sacaba de una tetera.
El corte fue estupendo, solo hubo una diferencia de 1 centimetro entre una patilla y otra, y temí cuando aplicó la navaja al ver cómo temblaba su pulso, pero es un riesgo asumible, y por tres euros el resultado global fue excelente.
Es un señor con oficio, elegante, humilde, entrañable, en, quizás, la barbería más pequeña del mundo. Volveré pronto.
#nowplaying:
Espero más de esta etiqueta de tus posts…básicamente porque ahora, inmerso en la absurdez, valoras menos, quizá, el valor que el humor sin sentido da al día a día…así que aprovecha y regálame un poco, aunque sea cuando vuelvas del primer mundo.
El otro día leí una queja en La Vanguardia porque en una acera una farola molestaba el paso de los peatones…en ese momento a mi lado vi un trozo de hielo de 4 metros de alto y 6 de ancho…you understand bro