Ayer por la mañana sonó un fuerte boom en la calle, como si hubiera caído algo. No hubo gritos ni llantos por lo que seguí durmiendo, era pronto. A las cinco de la tarde estaba viendo Transformers cuando sonó el interfono.
– ¿Quién es?
– Mossos d’esquadra.
– ¿Mossos?
– Sí, abra por favor.
– ¿Qué quieren?
– Abra y se lo explicamos.
Rápido me pongo una camisa y abro la puerta nervioso.
– Buenas tardes ¿usted tiene una jardinera en su balcón?
– No.
– Es que ha caído una a la calle.
– Ah, esta mañana escuché un ruido, creo que fue más abajo.
– ¿Podemos pasar?
Entran y vamos al balcón pasando por mi cuarto. Comprueban que no tengo ninguna maceta y miran hacia abajo. En ese momento pienso en marcarme un instragam con los mossos pero me contengo. Han visto que el segundo piso tiene un enganche para macetas sin maceta y tierra en el suelo.
– ¿Vive alguien abajo?
– Sí.
– ¿Los conoces?
– No mucho.
– ¿Son de tu edad?
– Mayores que yo. Con hijos.
– De acuerdo, gracias, y perdón por haberte despertado.
¿Despertado? No estaba durmiendo, el avispado detective habrá visto la cama revuelta y mi cara de empanado para sacar una conclusión FALSA. Puig dimissió.
Es la tercera vez que un policía entra en mi casa. La primera fue de niño cuando a la vuelta de un viaje descubrimos que nos habían robado. Los cacos dejaron una cuerda colgando de la terraza y una navaja en el lavabo. Nunca olvidaré la imagen al abrir la puerta y ver que la televisión ya no estaba.
La segunda fue en un piso de estudiantes en el que vivíamos una media de cinco personas. Aquel piso era un absoluto desastre. Una noche que volvía a casa no pude abrir, la llave no giraba y escuché ruidos en el interior. Se suponía que no había nadie y la puerta tenía unas rascadas, parecía forzada. Llamé a un compañero de piso y al conserje, que vivía en el bajo con su familia. Como ya habían entrado a robar en nuestro edificio esa misma semana llamé a la policía.
El hijo del portero era un macarrilla, animaba a su padre para enfrentarse a los ladrones. “¿Has llamado ya?”, me preguntó. Sí. “¿A quién?” Al 091. “Mierda, la nacional”, y estuvo un rato maldiciendo. No sé qué tratos tendría con la policía pero hace diez años no había mossos ni pensé en la guardia urbana.
Entonces llegó la nacional, con esa actitud tan española, de albañil con placa y pistola. En el rellano ya éramos ocho personas, una comedia. Intentaron abrir la puerta pero no se podía y el más mayor, no precisamente atlético, decidió entrar por el patio interior. Le señalé mi ventana y se enfiló mientras me pedía que le sujetara “la pata”. Yo lo vi muy inestable aquello, y cómico, pero entró. “Si esto estaba así, aquí no ha entrado nadie”. Falsa alarma. Los policías se marcharon, el macarrilla se fue con su scooter a buscar jarana a otra parte y el cerrajero nos costó una pasta.