Ayer “empezó una nueva era para las partículas“. No me entero de nada relacionado con el LHC pero me gusta saber sobre teraelectronvoltios. La cuestión es que empecé a leer Una breve historia de casi todo (RBA, 2008), de Bill Bryson. Un bestseller sobre ciencia. Y dada mi afición por el ruido y los expedientes X, no puedo pasar por alto un detalle sobre el origen del universo. Resulta que en 1965 dos radioastrónomos, Arno Penzias y Robert Wilson (en la imagen), estaban trasteando con una antena de comunicaciones y había un ruido constante que no les dejaba trabajar. Se pasaron un año para intentar localizar de dónde venía, desmontaron la torre, revisaron todos los cables, y nada, el ruido seguía allí.
Unos años antes, el astrofísico George Gamow había propuesto que “si mirabas a suficiente profundidad en el espacio, encontrarías restos de la radiación cósmica de fondo dejada por el Bing Bang”. Y que esa radiación, después de haber recorrido el cosmos, llegaría a la tierra en forma de microondas.
Penzias y Wilson recibieron el Premio Nobel de la Física en 1978 por haber encontrado precisamente esa radiación cósmica de fondo, pero no tuvieron claro qué descubrieron hasta que lo leyeron en el New York Times. Y aquí viene el dato:
La perturbación casuada por la radiación cósmica de fondo es algo que todos hemos experimentado alguna vez. Si conectas tu televisión a cualquier canal que tu aparato no capte, el 1% de los ruidos danzantes que veas se explican por ese viejo residuo del Bing Bang. La próxima vez que te quejes de que no hay nada que ver, recuerda que siempre puedes echar un vistazo al origen del universo.
Esto pasó hace 13.000 millones de años, yo me compré el libro el verano pasado, y ayer, justo ayer, se apagó la televisión analógica. Ruego a mis amigos los cosmólogos que me aclaren si todavía estoy a tiempo de hacer el imbécil sintonizando los canales en negro que mi televisión ya no capta.
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