El pasado 29 de agosto falleció en el Hospital de la Esperanza de Barcelona mi abuelo Antonio, a los 93 años. Dos meses más tarde que mi abuelo Ginés.
Ha sido un verano de hospitales, gestiones con el seguro y velatorios. Despedidas emocionantes, que no trágicas, de vidas completas, ambos.
Murcia y sus pueblos from Ginés Alarcón on Vimeo.
Antonio Soto Pérez, también murciano, nació en La Unión en 1919, y luego emigró a Barcelona, donde conoció a Abilia, natural de Cabezuela, Segovia. Nacieron mi tío Aurelio y mi madre, y mi abuela murió antes de que ellos cumplieran los diez años. Vivían en la Trinidad y fueron años duros.
Desde entonces, Antonio vivió su vida. Estos días estaba releyendo el Quijote y me ha hecho gracia recordarle viviendo su propia novela. Porque él tenía su mundo, castizo y romántico, de letras y cante minero. Recuerdo un viaje en coche a Segovia hace muchos años, en el que paramos en Burgos. Antonio, ¿cómo va?, le preguntamos en el coche. “Venía yo saboreando el nombre de los pueblos…”, contestó. Ésa era su prosa y su vida.
Hizo teatro, radio, y hasta toreó en La Monumental. Su pasión era el Festival del Cante de las Minas y contaba que, días antes de que Miguel Poveda ganara su lámpara minera, fue testigo de cómo preparaban la actuación con su amigo Pencho Cros.
Fundó la Tertulia de Cante Minero con su nombre, y este mismo verano recibió el premio Carburo Minero de manos del Alcalde La Unión. Su salud ya no daba más de sí, se lo advirtieron, pero él quería estar allí, era el reconocimiento a la dedicación de su vida.
Culto, bon vivant, con poca querencia por el trabajo, corrió la cursa del Corte Inglés hasta los 86 años. Pedía anís Machaquito de postre y en las últimas reuniones de navidad le daba por hablar con rima en forma de trovos. Citaba a Delibes, Arquímedes, Antonio Ordoñez, y a su amigo Pacomio Arroyo Rasero.
Al salir de la UCI, probablemente lo había soñado, dijo que había desayunado un bocadillo de jamón magro, un vaso de vino tinto y café con hielo. Luego pidió una lata de anchoas del Mercadona, y agua de Lanjarón, su favorita.
Dice mi madre que era muy optimista. No le afectaban los problemas y siempre veía la parte positiva: “Cuando veo el cielo azul le doy gracias a Dios por tener un día más”. Y día a día, que fueron muchos, cerró su novela.
Estandarte de La Unión,
me dejaste una minera,
estandarte de La Unión;
entregártela quisiera
y se ha secao tu corazón, ay,
como una mina cualquiera.
La muerte de un ser querido siempre interpela, aunque no debe desesperanzar. Que conserves lo buenos momentos, y nunca perder la Esperanza, como el nombre del Hospital donde pasó sus últimos momentos.
Un abrazo.
“Venía yo saboreando el nombre de los pueblos…”
Si Machado lo hubiera escrito….